SALVA GINARD
Mallorca

 

DESDE LA INESTABILIDAD.

No puedo separar la vida del arte. Esta frase me la dijo Salva Ginard una noche en su casa­estudio, mientras me mostraba sus últimos trabajos. Entonces pensé que todo verdadero artista se pasa la vida intentando dibujar su posible autorretrato. A veces de manera explícita; otras, en cambio, de manera sutil. Salva Ginard, lo supe aquella noche, es un artista de verdad.

Salva Ginard sabe que pintar es un todo o nada, una acrobacia sin red, una acrobacia en la que cada trazo es decisivo. No se debe mentir, me dijo con un tono severo nada habitual en él, y entonces sentí el peso de todos aquellos rostros que nos rodeaban, de todas aquellas confesiones. Me quedé en silencio, anoté unas palabras en mi libreta y le pedí que me dejara a solas. Es en la soledad cuando el arte nos desvela sus secretos.

Entonces, aquellos lienzos me hablaron, me confesaron que la estabilidad exterior, que la proporción guardada en todo momento, no eran más que una mascarada, una manera de ocultar la inestabilidad interior que da título a la colección y que es mero reflejo de un sentir desnudo. Es posible llorar detrás del rostro, me dije, o quizá me lo dijo alguno de sus lienzos. Acto seguido, como al dictado, anoté en mi libreta: “Rostros humanos como un lenguaje secreto, íntimo y personal, una confesión parcialmente velada, que vive en el trazo, en el fondo, ese paisaje de vivencias que, reagrupadas y obligadas a convivir, dan forma a esa cara, a ese cuerpo, en una suerte de criptograma alucinado y revelador”.

Hay un desorden que nos habla de manera ordenada, y un orden en el que todo es caos, ese caos que acaba siendo toda vida, por mucho que las notas biográficas lo intenten Después volví (o volvió) a la carga: “El azar que configura una lágrima que después resulta decisiva, parte ingobernable del acto creador. La mirada desnuda que desnuda, la confesión del secreto que toda obra encierra, que busca –para sobrevivir– la complicidad Pasado el trance, volví junto a Salva Ginard. Le conté lo que me había pasado y le mostré lo que había escrito al dictado de alguno de sus lienzos. Me sonrió cómplice y dijo que era el momento de sentarse y cenar. Mientras me servía vino, me confesó que los textos que navegan por sus cuadros habían sido escritos en un estado similar, desde un impulso que poco o nada sabe de retóricas, porque la retórica, a menudo, nos miente bellamente, pero la belleza que interesa a Salva Ginard es de otra índole. Tiene que ver con el vértigo de estar vivos, con el hecho de saberse inestable y pintar desde esa

No sé si desearles que los cuadros que integran esta colección les hablen como a mí me hablaron. Ocurre a veces que nos hablan de nosotros mismos y no siempre resulta cómodo. Lo que sí deseo es que les gusten tanto como a mí me gustan, les hablen o no. De todos modos, cuando estén a solas con ellos, además de los ojos, abran bien los oídos. El arte, cuando es de verdad, siempre nos habla.

Javier Cánaves

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